La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

13.12.10

Quisiera un castillo sangriento.

'Sí', pensó Juan suspirando, y suspirar era la precisa admisión de que todo eso venía de otro lado se ejercía en el diafragma, en los pulmones que necesitaban aspirar largamente el aire. Sí, pero también había que pensarlo porque al fin y al cabo él era eso y su pensamiento, no podía quedarse con el suspiro, en una contracción del plexo, en el vago temor de lo entrevisto. Pensar era inútil, como desesperarse por recordar un sueño del que sólo se alcanzan las últimas hilachas al abrir los ojos; pensar era quizás destruir la tela todavía suspendida en algo como el reverso de la sensación, su latencia acaso repetible. Cerrar los ojos, abandonarse, flotar en una disponibilidad total, en una espera propicia. Inútil, siempre había sido inútil; de esas regiones cimerias se volvía más pobre, más lejos de sí mismo. Pero pensar cazadoramente valía al menos como reingreso en este lado, y así el comensal gordo había pedido un castillo sangriento y de golpe habían sido la condesa, la razón de que él estuviera sentado frente a un espejo en el restaurante Polidor, el libro comprado en el boulevard Saint-Germain y abierto en cualquier página, el coágulo fulminante (y también Hélène, por supuesto) en una concreción instantáneamente desmentida por su incomprensible voluntad de negarse en la misma afirmación, disolverse en el acto de cuajar, quitándose importancia después de herir de muerte, después de insinuar que no era nada importante, mero juego asociativo, un espejo y un recuerdo y otro recuerdo, lujos insignificantes de la imaginación ociosa. 'Ah, no te dejaré ir así' pensó Juan, 'no puede ser que una vez más me ocurra ser el centro de esto que viene de otra parte, y quedarme a la vez como expulsado de lo más mío. No te irás tan fácilmente, algo has de dejarme entre manos, un pequeño basilisco cualquiera de las imágenes que ahora ya no sé si formaban parte o no de esa exposición silenciosa...'


by Julio Cortázar

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