La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

28.3.11

...is good.

Hojaldre de caricias,
marmoladas sonrisas.
Budín de besos,
caramelos de tutti-fruti.

Y tus latidos,
y tu respiración,
y tus rodillas,
tus codos,
tu qué se yo.

Risa de media luna,
llena
o moribunda.
Prendida
o torcida.

Y es sólo un instante,
un cúmulo de estrellas
en un suspiro.
Tan efímero como un calosfrío
como una brisa.

Fieles hojas de otoño:
acójanme cuando esté caída
herida
sin salida.
Porque hay una mesa,
hay cartas,
sólo hoy,
y miedo por el mañana.

(Asustalo, sacalo de acá)

Te leo.

[...] Entonces me acuerdo que me agaché y me puse a cavar con las uñas hasta que una de las urnas quedó a la vista. Sí, me acuerdo. Me acuerdo que pensé: "Esta va a estar vacía porque es la que me toca a mí." Pero no, estaba llena de un polvo gris como sé muy bien que estaban las otras aunque no las había visto. Entonces... entonces fue cuando empezamos a grabar Amorous, me parece.
Discretamente he echado una ojeada al cuadro de temperatura. Bastante normal, quién lo diría. Un médico joven se ha asomado a la puerta, saludándome con una inclinación de cabeza, y ha hecho un gesto de aliento a Johnny, un gesto casi deportivo, muy de buen muchacho. Pero Johnny no le ha contestado, y cuando el médico se ha ido sin pasar de la puerta, he visto que Johnny tenia los puños cerrados.
-Eso es lo que no entenderán nunca -me ha dicho-. Son como un mono con un plumero, como las chicas del conservatorio de Kansas City que creían tocar Chopin, nada menos. Bruno, en Camarillo me habían puesto en una pieza con otros tres, y por la mañana entraba un interno lavadito y rosadito que daba gusto. Parecía hijo del Kleenex y del Tampax, créeme. Una especie de inmenso idiota que se me sentaba al lado y me daba ánimos, a mí que quería morirme, que ya no pensaba en Lan ni en nadie. Y lo peor era que el tipo se ofendía porque no le prestaba atención. Parecía esperar que me sentara en la cama, maravillado de su cara blanca y su pelo bien peinado y sus uñas cuidadas, y que me mejorara como esos que llegan a Lourdes y tiran la muleta y salen a los saltos...
Bruno, ese tipo y todos los otros tipos de Camarillo estaban convencidos. ¿De qué, quieres saber? No sé, te juro, pero estaban convencidos. De lo que eran, supongo, de lo que valían, de su diploma. No, no es eso. Algunos eran modestos y no se creían infalibles. Pero hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo... Pero ellos eran la ciencia americana, ¿comprendes, Bruno? El guardapolvo los protegía de los agujeros; no veían nada, aceptaban lo ya visto por otros, se imaginaban que estaban viendo. Y naturalmente no podían ver los agujeros, y estaban muy seguros de sí mismos, convencidísimos de sus recetas, sus jeringas, su maldito psicoanálisis, sus no fume y sus no beba... Ah, el día en que pude mandarme mudar, subirme al tren, mirar por la ventanilla cómo todo se iba para atrás, se hacía pedazos, no sé si has visto cómo el paisaje se va rompiendo cuando lo miras alejarse...
Fumamos Gauloises. A Johnny le han dado permiso para beber un poco de coñac y fumar ocho o diez cigarrillos. Pero se ve que es su cuerpo el que fuma, que él está en otra cosa casi como si se negara a salir del pozo. Me pregunto qué ha visto, qué ha sentido estos últimos días. No quiero excitarlo, pero si se pusiera a hablar por su cuenta... Fumamos, callados, y a veces Johnny estira el brazo y me pasa los dedos por la cara, como para identificarme. Después juega con su reloj pulsera, lo mira con cariño.
-Lo que pasa es que se creen sabios -dice de golpe-. Se creen sabios porque han juntado un montón de libros y se los han comido. Me da risa, porque en realidad son buenos muchachos y viven convencidos de que lo que estudian y lo que hacen son cosas muy difíciles y profundas. En el circo es igual, Bruno, y entre nosotros es igual. La gente se figura que algunas cosas son el colmo de la dificultad, y por eso aplauden a los trapecistas, o a mí. Yo no sé qué se imaginan, que uno se está haciendo pedazos para tocar bien, o que el trapecista se rompe los tendones cada vez que da un salto. En realidad las cosas verdaderamente difíciles son otras tan distintas, todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento. Mirar, por ejemplo, o comprender a un perro o a un gato. Esas son las dificultades, las grandes dificultades. Anoche se me ocurrió mirarme en este espejito, y te aseguro que era tan terriblemente difícil que casi me tiro de la cama. Imagínate que te estás viendo a ti mismo; eso tan sólo basta para quedarse frío durante media hora. Realmente ese tipo no soy yo, en el primer momento he sentido claramente que no era yo. Lo agarré de sorpresa, de refilón, y supe que no era yo. Eso lo sentía, y cuando algo se siente... Pero es como en Palm Beach, sobre una ola te cae la segunda, y después otra... Apenas has sentido ya viene lo otro, vienen las palabras... No, no son las palabras, son lo que está en las palabras, esa especie de cola de pegar, esa baba. Y la baba viene y te tapa, y te convence de que el del espejo eres tú. Claro, pero cómo no darse cuenta. Pero si soy yo, con mi pelo, esta cicatriz. Y la gente no se da cuenta de que lo único que aceptan es la baba, y por eso les parece tan fácil mirarse al espejo. O cortar un pedazo de pan con un cuchillo. ¿Tú has cortado un pedazo de pan con un cuchillo?
-Me suele ocurrir -he dicho, divertido.
-Y te has quedado tan tranquilo. Yo no puedo, Bruno. Una noche tiré todo tan lejos que el cuchillo casi le saca un ojo al japonés de la mesa de al lado. Era en Los Ángeles, se armó un lío tan descomunal... Cuando les expliqué, me llevaron preso. Y eso que me parecía tan sencillo explicarles todo. Esa vez conocí al doctor Christie. Un tipo estupendo, y eso que yo a los médicos...
Ha pasado una mano por el aire, tocándolo por todos lados, dejándolo como marcado por su paso. Sonríe. Tengo la sensación de que está solo, completamente solo. Me siento como hueco a su lado. Si a Johnny se le ocurriera pasar su mano a través de mí me cortaría como manteca, como humo. A lo mejor es por eso que a veces me roza la cara con los dedos, cautelosamente.
-Tienes el pan ahí, sobre el mantel -dice Johnny mirando el aire-. Es una cosa sólida, no se puede negar, con un color bellísimo, un perfume. Algo que no soy yo, algo distinto, fuera de mí. Pero si lo toco, si estiro los dedos y lo agarro, entonces hay algo que cambia, ¿no te parece? El pan está fuera de mí, pero lo toco con los dedos, lo siento, siento que eso es el mundo, pero si yo puedo tocarlo y sentirlo, entonces no se puede decir realmente que sea otra cosa, o ¿tú crees que se puede decir?
-Querido, hace miles de años que un montón de barbudos se vienen rompiendo la cabeza para resolver el problema.
-En el pan es de día -murmura Johnny, tapándose la cara-, Y yo me atrevo a tocarlo, a cortarlo en dos, a metérmelo en la boca. No pasa nada, ya sé: eso es lo terrible. ¿Te das cuenta de que es terrible que no pase nada? Cortas el pan, le clavas el cuchillo, y todo sigue como antes. Yo no comprendo, Bruno.
Me ha empezado a inquietar la cara de Johnny, su excitación. Cada vez resulta más difícil hacerlo hablar de jazz, de sus recuerdos, de sus planes, traerlo a la realidad. (A la realidad; apenas lo escribo me da asco. Johnny tiene razón, la realidad no puede ser esto, no es posible que ser crítico de jazz sea la realidad, porque entonces hay alguien que nos está tomando el pelo. Pero al mismo tiempo a Johnny no se le puede seguir así la corriente porque vamos a acabar todos locos.) [...]

El Perseguidor, Julio Cortázar.

24.3.11

Se tapa la cara con las manos y tiembla.

-Johnny- ha dicho Dédée desde su rincón.
-Fíjate que solamente te cuento un pedacito de todo lo que estaba pensando y viendo. ¿Cuánto hará que te estoy contando este pedacito?
-No sé, pongamos unos dos mintos.
-Pongamos unos dos mintos- remenda Johnny-. Dos minutos y te he contado un pedacito nada más. Si te contara todo lo que les vi hacer a los chicos, y cómo Hamp tocaba Save it, pretty mamma y yo escuchaba cada nota, entiendes, cada nota, y Hamp no es de los que se cansan, y si te contara que también le oí a mi vieja una oración larguísima, donde hablaba de repollos, me parece, pedía perdón por mi viejo y por mí y decía algo de unos repollos... Bueno, si te contara en detalle todo eso, pasaríamos más de dos minutos, ¿eh Bruno?
-Si realmente escuchaste y viste todo eso, pasaría un buen cuarto de hora- le he dicho, riéndome.
-Pasaría un buen cuarto de hora, eh, Bruno. Entonces me vas a decir cómo puede ser que de repente siento que el métro se para y yo me salvo de mi vieja y Lan y todo aquello, y veo que estamos en Saint Germain-des-Prés, que queda justo a un minuto y medio de Odéon.
Nunca me preocupo demasiado por las cosas que dice Johnny, pero ahora, con su manera de mirarme, he sentido frío.
-Apenas un minuto y medio por tu tiempo, por el tiempo de ésa -ha dicho rencorosamente Johnny-. Y también por el del métro y el de mi reloj, malditos sean. Entonces, ¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio? Te juro que ese día no había fumado ni un pedacito, ni una hojita -agrega como un chico que se excusa-. Y después me ha vuelto a suceder en todas partes. Pero -agrega gradualmente- sólo en el métro es como estar metido en un reloj. Las estaciones son los minutos, comprendes, es ese tiempo de ustedes, de ahora; pero yo sé que hay otro, y he estado pensando, pensando...
[...]
-Bruno, si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia... Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio... Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa y tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana...
El perseguidor, Julio Cortázar.

Cánticos del tiempo.

Te odio tiempo.
Odio a tus agujas,
a su insoportable camino.
Odio que no te detengas,
que no duermas,
que no llores.

Odio tus baladas,
tus risas
y totalitarismo.

Pasas, tiempo.
Pasas como sonido del sol,
pasas como si te llamara,
como si no tuvieras a donde ir
más que a la cama
de dos absurdos cómicos del momento.

Te amo, tiempo.
Te amo porque transcurrís,
porque hacés de todo
un abrir y cerrar de ojos.
Te amo porque no existís,
porque sos vos el que marcás
espontaneidad y destino.

Quedate por siempre, tiempo.
Te reís y me gusta.
Tenés agujas que cicatrizan,
que dejan el agua correr,
que crucifican.

Porque polvo,
porque mañana,
porque nunca,
porque a veces,
porque ya está.

Y el café.

Que toca el saxofón
mientras su inspiración
baila tu forma de ser
que desintegra con un blues
esta oscura prisión.

22.3.11

Cigarrillos sin filtro.

Tus manos encendidas,
tus besos tímidos.
Mi cintura como océano,
que te invita a navegar;
mi respiración tararea melodías
en tu cama de cristal.

Arrugamos las sábanas
y armamos un fuerte con mi pelo
nos escondimos de la luz
y abrazamos caramelos.

Calendario sin días,
música sin fondo,
libros olvidados sin polvo;
tu diploma de locura
recién entregado.

Construís barcos en altamar
abrazás para sanar.
Me despido
de la rosa de los vientos,
del reloj llamativo,
del mañana, pasado o San Fermín.

All the way.


Up here.

21.3.11

Otra puta.

La tormenta de ilustres próceres
palabras que laceran la piel
como hierro abrasador
y sabor a terror;
se pierden en campos de rosas azules
con olor a jazmines nuevos.

Caricias de espuma,
ojos de cartón,
vísceras de plástico
y sangre con gusto a despedida.

Las palmas de sus manos
se funden y transforman en viento,
recorren con peculiar pánico,
y algo extasiados,
las cicatrices que cuelgan de sus sonrisas.

Caen de bruces
entre acordes viejos
poco entendidos
simples,
limpios.

Caricias de cartón,
ojos de plástico,
vísceras de espuma,
corazón de sandía.

'Hay demasiadas sonrisas en una lágrima',
les gritó el cuervo
mientras los veía convertirse nuevamente
en hojas de otoño.

20.3.11

Sabores y colores, por este segundo.

Festín de risas rotas
se saborean las mentes;
ahí viene la sirena que se arrancó la cola
a traernos el té
té de canela y miel.

Callen al ruiseñor
y escondan el sol,
alteren los relojes
que el día en tu cama
no terminó.

Una invitación formal
a disfrutar brisas
de cereza y pimienta.

Hola, dame un abrazo.

18.3.11

Sin querer.

La valija pesa y él le ayuda a entrar en el tren.
La cubre de besos
y
el
sol
también.

Canela para mi té.

Pongamos un espejo, reflejate. Seguís apuntando, por más pactos internacionales que hemos declarado. Mirate. Mirá tus dedos, torcidos y gangrenosos, hartos de imponer penas y aún peor, hacerlas cumplir. Dejá la carrera para ser juez; todos estamos en el estrado de vez en vez.
Cuántos platos sucios. Hay algunos para guardar también. No tengo ganas.
Mi cama está desarmada y mi ropa sin guardar, no hace nada esta señora. Mi zippo tiene mucho olor a bencina y mis libros me miran con los peores ojos.
¿Qué le pasó al pasto? dije que no lo cortaran. Ahora está nuevo, sin historia, sin almohada, sin frazada, y tiene el peor color verde.
Pero volvamos a vos, siempre a vos. A vos, tu corazón lleno de moretones, tus pulmones hechos ceniza, tus articulaciones cansadas de hacer gestos sin sentido y tu garganta que se cae a pedazos de lo hecha mierda que está.
Si, ahora que hay música de fondo es mejor. Parece miel, deja que se deslice por mi traquea el grito ahogado de una Capital Federal desenfrenada. Correr, siempre correr. Gritar, fumar, masticar. Nadie habla, nadie canta.
Hace mucho que quiero ir al parque a leer. Pero no a cualquier parque, sino a ese que tiene el árbol de mi historia. Y quiero que el trayecto sea caminando. Pero no cualquier caminata. Quiero caminar por los cordones de las veredas, impacientando a todos los autos por no estar en el lugar que me pertenece. La calle es tan mia como tuya, imbécil.
Hace frío y hace calor. Hay viento y hay ahogo. El clima está tan histérico como yo. Pero los roles se dieron vuelta, hace mucho que no llueve torrencialmente en mi cabeza. ¡Qué lindo! ¡qué lindo! ¡qué lindo es pasear tocando las hojas de los árboles, con un cigarrillo en la mano y cantando! El problema es que me distraigo mucho. Hay colores y sensaciones en todos lados. Y hay baldosas rotas. Entonces siempre me tropiezo. Siempre desafino, y la nicotina no dura más de dos o tres cuadras.

Ahora que tenemos hilos de diferentes colores y texturas, tejamos una mañana de otoño.

16.3.11

Bang, bang, bang.

El caño de mi cintura
apunta justo a tu sien.

Paso mis manos por tu piel
con la misma delicadeza que toco el gatillo
sabiendo que,
si llueve en mi mente
y uno de mis dedos resbala,
bang.





Fino cristal.

Creepy in the most beautiful way.

15.3.11

Desplumarte también.

Que se te caiga la cara y la lluvia rebane tus tripas. Que tu piel se seque hasta dejarte sin una gota de sangre y luego se vuele a otra vida. Que se pudran tus pulmones, se desgarre tu cerebro y vomites tu propio estómago. Deberían cortarte las manos y los pies, dislocarte las rodillas y luego los codos, rebanarte los restos de músculos pegados a los huesos, para después quebrarte las costillas una por una. Que tu garganta sea lo último en ser mutilado para así poder escucharte gritar, y no sacarte los ojos hasta después para que seas espectador de tu propia muerte y derrames lágrimas con sangre a montones. Al final y sólo como última necesidad, arrancar con pinzas tus córneas, cortar tus párpados y cocer tu boca.
Habiéndote despojado de cada parte de tu organismo haciéndote sufrir, quedará tu corazón. Será el último órgano subsistiendo en base a nada, solitario en lo que alguna vez fue tu cuerpo y tu armadura de asesino. Bombeará con dificultad y peleará por unos segundos más, pero le será imposible latir. Tan trágico como quien fallece crucificado, dejará de funcionar por sí sólo.
Y al transformarse en un insípido pedazo de carne sin nada que ofrecer, se lo daré a las aves de carroña que ya se hicieron cargo del resto de vos.

14.3.11

Mercenario celeste

Pequeño mercenario celeste,
cobarde y sin tropa,
llevás en tu ropa
pedazos de alma
que cortas con tu lengua
y recolectas con esmero.

Son esos diminutos gestos
que te hacen del montón.
El típico egoísmo,
o devoto al qué dirán.

Caigo por la tranquilidad
que pensé
demostraban tus pies en la tierra.
Pero demostraste que preferís pisar
y andar
caminar
saltar
sobre ideas ajenas.

Tus pies se hunden en la viscosidad
de la sangre de los demás
y lo disfrutás;
tu sonrisa permanece intacta
sostenida por la culata del rifle
que apuntas sin vergüenza,
y aliviado.

Cual rata vestida de fiesta,
cabrón.

10.3.11

Tinta invisible sobre mi pared.

Mientras se secaban las tiras, el doctor le mostró un experimento a Tita.
-Aunque el fósforo no hace combustión en el oxígeno a la temperatura ordinaria, es susceptible de arder con gran rapidez a una temperatura elevada, mire…
El doctor introdujo un pequeño pedazo de fósforo bajo un tubo cerrado por uno de sus extremos y lleno de mercurio. Hizo fundir el fósforo acercando el tubo a la llama de una vela. Después, por medio de una pequeña campana de ensayos llena de gas oxígeno hizo pasar el gas a la campana muy poco a poco. En cuanto el gas oxígeno llegó a la parte superior de la campana, donde se encontraba el fósforo hundido, se produjo una combustión viva e instantánea, que los deslumbró como si fuese un relámpago.
-Como ve, todos tenemos en nuestro interior los elementos necesarios para producir fósforo. Es más, déjeme decirle algo que a nadie le he confiado. Mi abuela tenía una teoría muy interesante, decía que si bien todos nacemos con una caja de cerillos en nuestro interior, no los podemos encender solos, necesitamos, como en el experimento, oxígeno y la ayuda de una vela. Sólo que en este caso, el oxígeno tiene que provenir, por ejemplo, del aliento de la persona amada; la vela puede ser cualquier tipo de alimento, música, caricia, palabra o sonido que haga disparar el detonador y así encender uno de los cerillos. Por un momento nos sentiremos deslumbrados por una intensa emoción. Se producirá en nuestro interior un agradable calor que irá desapareciendo poco a poco conforme pase el tiempo, hasta que venga una nueva explosión que haga reavivarlo. Cada persona tiene que descubrir cuáles son sus detonadores para poder vivir, pues la combustión que se produce al encenderse uno de ellos es lo que nutre de energía el alma. En otras palabras, esta combustión es su alimento. Si uno no descubre a tiempo cuáles son sus propios detonadores, la caja de cerillos se humedece y ya nunca podremos encender un solo fósforo.
Si eso llega a pasar el alma huye de nuestro cuerpo, camina errante por las tinieblas más profundas tratando vanamente de encontrar alimento por sí misma, ignorante de que sólo el cuerpo que ha dejado inerme, lleno de frío, es el único que podría dárselo.
¡Qué ciertas eran estas palabras! Si alguien lo sabía era ella.
Desgraciadamente, tenía que reconocer que sus cerillos estaban llenos de moho y humedad. Nadie podría volver a encender uno solo
Lo más lamentable era que ella sí conocía cuáles eran sus detonadores, pero cada vez que había logrado encender un fósforo de los habían apagado inexorablemente.
John, como leyéndole el pensamiento, comentó:
-Por eso hay que permanecer alejados de personas que tengan un aliento gélido. Su sola presencia podría apagar el fuego más intenso, con los resultados que ya conocemos. Mientras más distancia tomemos de estas personas, será más fácil protegernos de su soplo.-Tomando una mano de Tita entre las suyas, fácil añadió-: Hay muchas maneras de poner a secar una caja de cerillos húmeda, pero puede estar segura de que tiene remedio.
Tita dejó que unas lágrimas se deslizaran por su rostro. Con dulzura John se las secó con su pañuelo.
-Claro que también hay que poner mucho cuidado en ir encendiendo los cerillos uno a uno. Porque si por una emoción muy fuerte se llegan a encender todos de un solo golpe, producen un resplandor tan fuerte que ilumina más allá de lo que podemos ver normalmente y entonces ante nuestros ojos aparece un túnel esplendoroso que nos muestra el camino que olvidamos al momento de nacer y que nos llama a reencontrar nuestro perdido origen divino. El alma desea reintegrarse al lugar de donde proviene, dejando al cuerpo inerte... Desde que mi abuela murió he tratado de demostrar científicamente esta teoría. Tal vez algún día lo logre. ¿Usted qué opina?

Como agua para chocolate. Laura Esquivel.

8.3.11

Todavía no-pero ahora sí.

El mundo gira y en sus vueltas maniáticas pero continuas mantiene el agua del dique calma, cristalina y estancada en el mismo lugar desde hace ya unos cuantos años. Imaginemoslo, con sy donde hay orden y continuidad característico, el cielo con su sol o estrellas decide reflejarse en busca de tranquilidad. Aunque sea creámoslo así por unos segundos.
Los troncos que sostienen la represa yacen acomodados desde el primer día en que se creó, intactos como si el paso del tiempo no los hubiera afectado siquiera. Son ancianos sentados en el asilo, mirando por la ventana la vereda cubierta de pasto y cansancio. Esos mismos que cargan con tormentas y eclipses; a sapiencias de la experiencia y vida que aprendieron a equilibrar en su espalda, no hablan entre ellos por no ser necesario transferir más de lo que ya han intentado enseñar.
Sentémonos fuera del embalse, mirando durante un largo período lo poco que varía el mismo. Ahora, una vez que cierres los ojos y logres conformar la imagen que describí, sintiendo el viento que mueve las hojas de los árboles, con los ojos compenetrados en la estabilidad del dique; ahora que pueden sentirse tan calmos y serenos como el agua que llena la pileta natural que tenemos frente a nosotros, dejemos que los troncos en un mismo instante se rompan. El agua dispara hacia las paredes más cercanas, buscando en un absurdo intento ser contenida nuevamente, tanto como lo había sido las últimas dos décadas.
Se alborota, explota contra las esquinas con las que torpemente se topa. No tiene freno, dirección o embrague. Todo en quinta y a 180. Arrastra consigo tierra y hojas del otoño, destroza el mismo pasto del que se nutrían los ancianos por las tardes. Árboles, flores, deja tras de sí el rastro de autodestrucción. Cada ola que rompe lastimosamente, grita por ayuda. Hiere y pide auxilio. Un loco que mientras te pega quiere que lo abraces.
Y uno, como espectador de la catástrofe, se toma sólo un segundo para intentar asimilar tanto desorden y a la vez descifrar la manera más rápida de volver al estado anterior. Más torpe que el agua, te levantas y te mareas con la rapidez con la que quisiste salir del nirvana que acostumbraba embriagarte. Entre la corriente encuentras algunos troncos que no se dañaron y con los mismos, en un ademán más que inútil, querés armar nuevamente el dique. Los pedazos de madera, las viejas almas debilitadas, no luchan por quedarse entre el barro y frenar el caldo de decepciones que se llevaba con sí todo lo que tuvo anteriormente ese lugar. Mientras te detenés en un sitio, tu mente viaja a otro, sabiendo que el tiempo no es suficiente. Que tus dos manos y rapidez no son proporcionales a los gritos que te aturden.
Querés hacerte chiquitito, salir de ahí. No haber estado nunca y menos aún haber sido testigo de tal tragedia. Se te impuso una tarea que considerás completamente injusta. Sólo miraste el agua acumularse; te la apropiaste, sí, pero nunca estuvo en los planes ver tal destrucción y ser responsable del arreglo de la misma.
Tu cabeza da vuelta como el agua que corre sin parar. Tus brazos no son lo suficientemente fuertes para contener la masacre, tu mente no es capaz de encontrar la solución, no fuiste entrenado para ésto y no querés que te corresponda.
Entonces suspendés la inservible tarea de intentar regresar cada gota al corral, callar cada grito y estar nuevamente sublevada al viento, la lluvia y el sol. Congelás tus ideas y dejás tibia solamente una. Sentarse en el mismo lugar que hacía unos minutos te sostenían y ver, solo ver y no querer solucionar nada. No hoy, no ahora. Ya llegará su momento.

Click.

Me gusta más despedirte que caminar con vos
y me gusta más cerrar mi zippo que fumarme el pucho.

7.3.11

Hoy.


Tan cierto como la afirmación de que nada me hace mejor.

6.3.11

Lidia.

1
Lidia es joven, ni muy chica ni muy grande. En su cabeza pesan años que vivió en sueños, y en su cuerpo faltan experiencias que el miedo se apropió. Toda su vida tuvo el pelo largo y con rulos; siempre que su abuela tuviera que hacer referencia sobre su belleza, hablaba de él. Hoy lo llevaba corto, y aunque a veces se arrepentía de no tener lo que consideraba su inexplicable escudo protector, ya los mechones no la molestaban a la hora de la lectura; pero hacía tiempo que no le acariciaban la cara, le acomodaban el flequillo y le decían lo linda que era.
El concepto de hermosura siempre le había parecido relativo. No entendía el común denominador que flotaba entre la gente. Así como tampoco entendía el pronóstico del tiempo. Desde chica sentía la lluvia cuando su mamá, Josefina, le decía que se aleje del sol para no quemarse su blanca piel. Había días azules, rojos, violetas, de café con leche, limonada o almohadas, y ponerse de acuerdo con cualquier otra persona siempre había sido complicado.
Tampoco era amiga de los calzados, desde su infancia había descubierto lo bien que se sentía apoyar sus pies en el pasto húmedo de rocío matutino, y mirar cómo sus deditos se hundían entre las cintas verdes que alguien, afortunadamente, se había olvidado de cortar. Andar descalza le permitía recordarle de vez en vez al cuerpo que seguía viva.
El jardín de su casa fue la primer fuente de inspiración que llevó a Lidia a formar su mundo aparte. Una especie de refugio con determinadas características que la protegían del cemento que abundaba en el exterior. Le divertía imaginar que el sonido acumulado de caños de escape y aceleradores eran el murmullo de viejas vecinas que salían a barrer la vereda. Y no faltaban colores, colores que variaban según el exterior. La realidad afectando su pequeño escape, donde el verde podía ser naranja en un abrir y cerrar de ojos.
Con el tiempo este mundo se transformó el cuarto donde quería dormir, comer y vivir. Su lugar, donde no estaba intranquila, incómoda, triste, ahogada o sucia. El aire limpio entraba como brillantina. Había golosinas por montones y bibliotecas interminables. Cuando el vaso de agua quería rebalsar, automáticamente viajaba y en cuestión de unos pocos segundos se encontraba entre gomitas de frutilla, pasto verde y lluvia color magenta. Sentía que ahí brillaba, si es que no lo podía hacer en la ciudad gris.
Entre sus muchas costumbres, estaba la de morderse el lado derecho del labio inferior, por lo que siempre andaba con una marquita roja. A veces era de sangre, otras veces era simplemente la cicatriz de tantos años.

Cuando desvía los ojos mirando al vacío, podés verla lastimándose la boca. O quizás con un cigarrillo en la mano, vicio que había sumado desde hacía un par de años.

4.3.11

Let it go.


Y sonrío, y siento. Hay silencio dentro del fuerte de guerra, quizás la batalla mental terminó. Y sonrío, y sonrío. Y me atrevo a decir que brillo. Honey, la vida es hermosa, tan llena de colores que no todos pueden ver pero sí sentir. No estoy dormida ante las caricias y mi cama ya no me da miedo. Abrí los ojos y ahí estaba todo. Los árboles más verdes de lo que recordaba, la lluvia me hace mimos acompañada del viento que me canta una canción de cuna. Qué lindo, qué lindo. ¡Ay! si pudieras verlo, si pudiera afectar tanto a tus sentidos como a los míos, podría ser aún mejor.
La arena hace de frazada mientras que el pasto se brinda de colchón. El sol te abriga y te cambia la piel. Se renueva el aire, ¿no te dije? ¡respiro! y el recambio de células creo que está sucediendo.
¿Y qué si estoy caminando por el borde de la cama marinera? camino, bailo, salto y cierro los ojos. Si caigo, caeré; si me lastimo, dolerá, habrá heridas y todo eso por lo que ya pasamos. Pero no dejaré de caminar, bailar, saltar.
Siempre tuve miedo a perder la sonrisa. Realmente creo que no pasó.

1.3.11

Cantame.

When you try your best but you don't succeed
When you get what you want but not what you need
When you feel so tired but you can't sleep
Stuck in reverse

And the tears come streaming down your face
When you lose something you can't replace
When you love someone but it goes to waste
could it be worse?

Lights will guide you home
and ignite your bones
And I will try to fix you

High up above or down below
when you're too in love to let it go
but If you never try you'll never know
Just what your worth

Lights will guide you home
and ignite your bones
And I will try to fix you

Tears streaming down your face
When you lose something you cannot replace
Tears streaming down your face and I...

Lights will guide you home
And ignite your bones
And I will try to fix you

Y diría Gracias.

Baila con el viento, única y hermosa.

Era una hoja. Hija del árbol que proveía de sombra a muchas (quizás demasiadas) almas en el parque del centro. Ella fue parte del conjunto que facilitaba las tardes lejos del sol; pero como una vez había escuchado entre sus hermanas, llegaría el momento en que caería y podría estar más cerca, o hasta tocar, a esa misma gente que alguna vez la miró desde abajo. Y ahí estaba. Pero había que estar atento, le dijo cierto día una hermana mayor (más sabia y con más tonos marrones de los que jamás había visto), a las personas y sus creencias. No había muchos que supieran que aún estaría viva al despegarse de su madre; la darían por muerta. Algunos hasta la agarrarían y jugando a la par de una charla y algunos mates, la romperían, sacándole de a poco cada parte que la hacía única. ¡Ser única! otra de las cosas que debía olvidar. La vida ya no era como en casa, donde cada hermana se distinguía de otra por las varias habilidades que tenían. Algunas bailaban mejor con el viento, otras les sentaba mejor el agua de lluvia, algunas eran más verdes, más grandes, más habladoras, más sabias. Ser peculiar no existía entre la gente.
Aún así, sabiendo que no podía hacer mucho más que aprovechar las brisas para mantenerse alejada de las manos que pudieran destrozarla sin pensarlo dos veces, no podía evitar detenerse en los detalles que los componían. Las risas, cómo se miraban y charlaban. Hablaban un idioma distinto del que ella entendía. Y lloraban también. Era como cuando llovía, pero desde los ojos. Y no mojaban más que sus caras, que salvo por algunas diferencias, parecía tener una textura parecida a la propia. Las más grandes lucían un poco a sus hermanas mayores, tenían arrugas, y sus rostros denotaban experiencia, inumerables historias que no tardaban en contar y cansancio, pero no descubrió de dónde venía. Los más lisos, que supo entender que eran a su vez los más jóvenes, sonreían más y hasta vió que se detenían más en su familia. Por alguna razón le pareció que las comprendían, quizás para ellos sí eran únicas y hermosas.
No logró impedir, a lo largo de sus días en el pasto y las horas que había pasado examinando los detalles de la gente, querer respuestas a las muchas preguntas que se estaba haciendo. Le hubiera encantado estar un segundo más ahí arriba para preguntarle a las más sabias, por qué sólo los jóvenes las querían; por qué las veían tan diferentes a ellas cuando en realidad se parecían más de lo que pensaban. O por qué no bailaban con el viento, corrían a taparse cuando venían las gotas de lluvia y preferían la sombra antes que el sol. Pero no podía preguntar, no habría réplicas. Estaba sola, en ese mundo que no quería distinguir sensaciones tan fuertes y maravillosas como las que ella distinguía. Quería volver a su árbol. O bien, dejarse llevar por una brisa hasta las manos de quien, en vez de romperla, le muestre qué había después del parque del centro; ¿a dónde iban? ¿de dónde venían?. Era la primera vez en su vida que quería ojos, para poder cerrarlos y llorar. Que cada lágrima sea una respuesta y así sentir que las cosas cobraran el sentido que tenían cuando todavía no había caído.

Miel y madera.

Náuseas, me sofoca, me da asco. Atada, presión en el pecho, contracción del cuerpo. Dolor, algún tipo de quemadura interna, desgarramiento de los músculos, la sangre tan espesa que no puede recorrer las venas. Imposibilidad de sentir más que lo redactado. Algún tipo de entumecimiento en la piel, en la capa exterior. No hay miedo, hay angustia. Claustrofobia, desconcierto ¿dónde voy?. Puerta de entrada, no de salida. Camino de ida. Ya conocés esa cháchara. Sacame de acá. Se me acaba el aire, ¿no lo ves? cada inhalación podría ser la última.
Dejo de golpear. Nadie escucha, nadie lo hará. Nadie se preocupa por quitar los clavos del cajón, ni por forzar las maderas que se apegan tercas unas a las otras. Relajo primero las extremidades, mis manos se recuestan a mi costado, mis piernas se desploman rendidas hasta tocar la pared que me limita. Se dilatan los poros y dejo que mis ojos caigan, exhaustos por querer buscar salida en tanta oscuridad. Dos lágrimas se escaparon, astutas; primero descendieron por mis mejillas, luego por mis hombros y terminaron al costado del ataúd, dejando así dos marcas de alivio en tanto material.