La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

8.3.11

Todavía no-pero ahora sí.

El mundo gira y en sus vueltas maniáticas pero continuas mantiene el agua del dique calma, cristalina y estancada en el mismo lugar desde hace ya unos cuantos años. Imaginemoslo, con sy donde hay orden y continuidad característico, el cielo con su sol o estrellas decide reflejarse en busca de tranquilidad. Aunque sea creámoslo así por unos segundos.
Los troncos que sostienen la represa yacen acomodados desde el primer día en que se creó, intactos como si el paso del tiempo no los hubiera afectado siquiera. Son ancianos sentados en el asilo, mirando por la ventana la vereda cubierta de pasto y cansancio. Esos mismos que cargan con tormentas y eclipses; a sapiencias de la experiencia y vida que aprendieron a equilibrar en su espalda, no hablan entre ellos por no ser necesario transferir más de lo que ya han intentado enseñar.
Sentémonos fuera del embalse, mirando durante un largo período lo poco que varía el mismo. Ahora, una vez que cierres los ojos y logres conformar la imagen que describí, sintiendo el viento que mueve las hojas de los árboles, con los ojos compenetrados en la estabilidad del dique; ahora que pueden sentirse tan calmos y serenos como el agua que llena la pileta natural que tenemos frente a nosotros, dejemos que los troncos en un mismo instante se rompan. El agua dispara hacia las paredes más cercanas, buscando en un absurdo intento ser contenida nuevamente, tanto como lo había sido las últimas dos décadas.
Se alborota, explota contra las esquinas con las que torpemente se topa. No tiene freno, dirección o embrague. Todo en quinta y a 180. Arrastra consigo tierra y hojas del otoño, destroza el mismo pasto del que se nutrían los ancianos por las tardes. Árboles, flores, deja tras de sí el rastro de autodestrucción. Cada ola que rompe lastimosamente, grita por ayuda. Hiere y pide auxilio. Un loco que mientras te pega quiere que lo abraces.
Y uno, como espectador de la catástrofe, se toma sólo un segundo para intentar asimilar tanto desorden y a la vez descifrar la manera más rápida de volver al estado anterior. Más torpe que el agua, te levantas y te mareas con la rapidez con la que quisiste salir del nirvana que acostumbraba embriagarte. Entre la corriente encuentras algunos troncos que no se dañaron y con los mismos, en un ademán más que inútil, querés armar nuevamente el dique. Los pedazos de madera, las viejas almas debilitadas, no luchan por quedarse entre el barro y frenar el caldo de decepciones que se llevaba con sí todo lo que tuvo anteriormente ese lugar. Mientras te detenés en un sitio, tu mente viaja a otro, sabiendo que el tiempo no es suficiente. Que tus dos manos y rapidez no son proporcionales a los gritos que te aturden.
Querés hacerte chiquitito, salir de ahí. No haber estado nunca y menos aún haber sido testigo de tal tragedia. Se te impuso una tarea que considerás completamente injusta. Sólo miraste el agua acumularse; te la apropiaste, sí, pero nunca estuvo en los planes ver tal destrucción y ser responsable del arreglo de la misma.
Tu cabeza da vuelta como el agua que corre sin parar. Tus brazos no son lo suficientemente fuertes para contener la masacre, tu mente no es capaz de encontrar la solución, no fuiste entrenado para ésto y no querés que te corresponda.
Entonces suspendés la inservible tarea de intentar regresar cada gota al corral, callar cada grito y estar nuevamente sublevada al viento, la lluvia y el sol. Congelás tus ideas y dejás tibia solamente una. Sentarse en el mismo lugar que hacía unos minutos te sostenían y ver, solo ver y no querer solucionar nada. No hoy, no ahora. Ya llegará su momento.

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