La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

20.5.11

Moretón.

-No hables que no te corresponde, peón! sos parte de la escenografía, no de la vida. Callate que no tenés nada para decir, siempre te vas a equivocar. Sí será No, Blanco será Negro, Ayer no te pertenece y no existe el Mañana para vos.
-Señor, sí, señor.
-Genial, no te olvides que todos la tenemos que pasar mal.
-Señor, SI, SEÑOR.

5 para el peso.

Sáquenme de acá. Sáquenme de acá. Sáquenme de acá. Sáquenme de acá.

No quiero más.

11.5.11

Consecuencias del acto.

Mañana, después de que me vaya mal en Civil, voy a dormir la mejor siesta evar.

Me chupa todo un huevo y todos putos.

9.5.11

Eso y aquello.

¿Dónde está el lugar al que todos llaman cielo?
Si nadie viene hasta aquí
a cebarme unos amargos como en mi viejo umbral
¿Por qué habré venido hasta aquí, si no puedo más de soledad?
Ya no puedo más de soledad.

Su anillo lo inmuniza contra el peligro,
pero no lo proteje de la tristeza.

Surcando la galaxia del Hombre,
ahí va el Capitán Beto, el errante.

¿Dónde habrá una ciudad en la que alguien silbe un tango?
¿Dónde están, dónde están
los camiones de basura, mi vieja y el café?
Si esto sigue así como así, ni una triste sombra quedará,
ni una triste sombra quedará.





Sín brújula y sin radio,
jamás podrá volver a la Tierra.

Escuchar no daña. Simplemente oír, sí.

Hagamos una cosa: decime qué rol querés que interprete, cómo hacerlo, qué decir, cómo moverme, en qué orden. No te olvides de aclararme el vestuario y maquillaje. Cómo te gustaría que sea mi pasado y lo que más te gusta, mi futuro. Designá cada minuto de esta gran pantomima así te quedás conforme.

6.5.11

Alucinógenos.

Todo era humo y espejitos de colores.
La más cálida ilusión de los últimos años.

La escuela de la mentira.

Valerio: ¿Por qué, encantadora Elisa, os tornáis melancólica después de las valiosas certezas que de vuestra fe habéis tenido la bondad de darme? Os veo suspirar en medio de mi alegría. Decidme: ¿lamentáis haberme hecho dichoso y os arrepentís del compromiso a que mi ardor ha logrado llevaros?
Elisa: No, Valerio: no puedo arrepentirme de nada de cuanto hago por vos. Me siento arrastrada por una fuerza inmensamente dulce y ni aun encuentro ánimos para desear que las cosas no hubiesen sucedido así. Mas, a deciros verdad, el desenlace me causa inquietud, y temo mucho amaros más de lo que debiera.
Valerio: ¿Qué podéis temer, Elisa, en las bondades que habéis tenido conmigo?
Elisa: Temo cien cosas a la vez: la indignación de un padre, los reproches de una familia, las censuras del mundo... Pero más que a nada Valerio, temo a los cambios de vuestro corazón, a esa criminal frialdad con la que los de vuestro sexo cambian muy a menudo los testimonios demasiado ardorosos de un amor inocente.
Valerio: No me hagáis la injusticia de medirme por los demás. Sospechad de mí cuanto gustéis, Elisa, menos de que puedo faltar a cuanto os debo. Harto os amo para eso, y mi amor por vos durará tanto como mi vida.
Elisa: ¡Ay, Valerio! Todos dicen las mismas razones. Todos los hombres se asemejan en las palabras y no son sino actos lo que los muestran diferentes.
Valerio: Pues que sólo las acciones dejan conocer lo que somos, esperad al menos a juzgar mi corazón por ellas, y no me busquéis anticipados crímenes en los injustos temores de una calumniosa previsión. No me asesinéis, os lo ruego, con los desastrosos golpes de una sospecha ultrajante, y dadme
tiempo para convenceros, con mil y mil pruebas, de la honestidad de mi fervor.

El Avaro, Molière.

3.5.11

Creepy in the most beautiful way II.

La oscuridad, penetrante y espesa, se colaba por las veredas de mi alma. Mi corazón latía más rápido de lo que pretendía, acompañando el compás de mis pisadas. Intenté contener los suspiros -más parecidos a gemidos- para poder pasar desapercibida. Intercepté tu respiración a dos cuadras de mi razón, compartíamos el ritmo de exhalación.
Se hizo de día en cuanto me detuve en tus ojos, que me acuchillaban la conciencia, perforando mis recuerdos. Masacrándolos, pisándolos, escupiéndoles. Sonreíste. Un calosfrío eterno recorrió mis vértebras, generando que mi postura se reacomode.
Me era imposible dejar de temblar. Mis dientes tiritaban en cuanto pretendía abrir mis labios para contestarte la mirada. Mis manos empalidecían sin razón aparente, se movían de manera espástica, al igual que mi torso y seguramente mis piernas; no les presté atención.

Hoy recolecto los recuerdos que tengo de ese momento. No sé si era de mañana, tarde o noche. Tampoco si hacía frío o calor. Siquiera cuándo fue.
No recuerdo cómo llegaste, y aún peor, a dónde fuiste.