La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

6.5.11

La escuela de la mentira.

Valerio: ¿Por qué, encantadora Elisa, os tornáis melancólica después de las valiosas certezas que de vuestra fe habéis tenido la bondad de darme? Os veo suspirar en medio de mi alegría. Decidme: ¿lamentáis haberme hecho dichoso y os arrepentís del compromiso a que mi ardor ha logrado llevaros?
Elisa: No, Valerio: no puedo arrepentirme de nada de cuanto hago por vos. Me siento arrastrada por una fuerza inmensamente dulce y ni aun encuentro ánimos para desear que las cosas no hubiesen sucedido así. Mas, a deciros verdad, el desenlace me causa inquietud, y temo mucho amaros más de lo que debiera.
Valerio: ¿Qué podéis temer, Elisa, en las bondades que habéis tenido conmigo?
Elisa: Temo cien cosas a la vez: la indignación de un padre, los reproches de una familia, las censuras del mundo... Pero más que a nada Valerio, temo a los cambios de vuestro corazón, a esa criminal frialdad con la que los de vuestro sexo cambian muy a menudo los testimonios demasiado ardorosos de un amor inocente.
Valerio: No me hagáis la injusticia de medirme por los demás. Sospechad de mí cuanto gustéis, Elisa, menos de que puedo faltar a cuanto os debo. Harto os amo para eso, y mi amor por vos durará tanto como mi vida.
Elisa: ¡Ay, Valerio! Todos dicen las mismas razones. Todos los hombres se asemejan en las palabras y no son sino actos lo que los muestran diferentes.
Valerio: Pues que sólo las acciones dejan conocer lo que somos, esperad al menos a juzgar mi corazón por ellas, y no me busquéis anticipados crímenes en los injustos temores de una calumniosa previsión. No me asesinéis, os lo ruego, con los desastrosos golpes de una sospecha ultrajante, y dadme
tiempo para convenceros, con mil y mil pruebas, de la honestidad de mi fervor.

El Avaro, Molière.

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