La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

1.3.11

Miel y madera.

Náuseas, me sofoca, me da asco. Atada, presión en el pecho, contracción del cuerpo. Dolor, algún tipo de quemadura interna, desgarramiento de los músculos, la sangre tan espesa que no puede recorrer las venas. Imposibilidad de sentir más que lo redactado. Algún tipo de entumecimiento en la piel, en la capa exterior. No hay miedo, hay angustia. Claustrofobia, desconcierto ¿dónde voy?. Puerta de entrada, no de salida. Camino de ida. Ya conocés esa cháchara. Sacame de acá. Se me acaba el aire, ¿no lo ves? cada inhalación podría ser la última.
Dejo de golpear. Nadie escucha, nadie lo hará. Nadie se preocupa por quitar los clavos del cajón, ni por forzar las maderas que se apegan tercas unas a las otras. Relajo primero las extremidades, mis manos se recuestan a mi costado, mis piernas se desploman rendidas hasta tocar la pared que me limita. Se dilatan los poros y dejo que mis ojos caigan, exhaustos por querer buscar salida en tanta oscuridad. Dos lágrimas se escaparon, astutas; primero descendieron por mis mejillas, luego por mis hombros y terminaron al costado del ataúd, dejando así dos marcas de alivio en tanto material.

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