La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

1.3.11

Baila con el viento, única y hermosa.

Era una hoja. Hija del árbol que proveía de sombra a muchas (quizás demasiadas) almas en el parque del centro. Ella fue parte del conjunto que facilitaba las tardes lejos del sol; pero como una vez había escuchado entre sus hermanas, llegaría el momento en que caería y podría estar más cerca, o hasta tocar, a esa misma gente que alguna vez la miró desde abajo. Y ahí estaba. Pero había que estar atento, le dijo cierto día una hermana mayor (más sabia y con más tonos marrones de los que jamás había visto), a las personas y sus creencias. No había muchos que supieran que aún estaría viva al despegarse de su madre; la darían por muerta. Algunos hasta la agarrarían y jugando a la par de una charla y algunos mates, la romperían, sacándole de a poco cada parte que la hacía única. ¡Ser única! otra de las cosas que debía olvidar. La vida ya no era como en casa, donde cada hermana se distinguía de otra por las varias habilidades que tenían. Algunas bailaban mejor con el viento, otras les sentaba mejor el agua de lluvia, algunas eran más verdes, más grandes, más habladoras, más sabias. Ser peculiar no existía entre la gente.
Aún así, sabiendo que no podía hacer mucho más que aprovechar las brisas para mantenerse alejada de las manos que pudieran destrozarla sin pensarlo dos veces, no podía evitar detenerse en los detalles que los componían. Las risas, cómo se miraban y charlaban. Hablaban un idioma distinto del que ella entendía. Y lloraban también. Era como cuando llovía, pero desde los ojos. Y no mojaban más que sus caras, que salvo por algunas diferencias, parecía tener una textura parecida a la propia. Las más grandes lucían un poco a sus hermanas mayores, tenían arrugas, y sus rostros denotaban experiencia, inumerables historias que no tardaban en contar y cansancio, pero no descubrió de dónde venía. Los más lisos, que supo entender que eran a su vez los más jóvenes, sonreían más y hasta vió que se detenían más en su familia. Por alguna razón le pareció que las comprendían, quizás para ellos sí eran únicas y hermosas.
No logró impedir, a lo largo de sus días en el pasto y las horas que había pasado examinando los detalles de la gente, querer respuestas a las muchas preguntas que se estaba haciendo. Le hubiera encantado estar un segundo más ahí arriba para preguntarle a las más sabias, por qué sólo los jóvenes las querían; por qué las veían tan diferentes a ellas cuando en realidad se parecían más de lo que pensaban. O por qué no bailaban con el viento, corrían a taparse cuando venían las gotas de lluvia y preferían la sombra antes que el sol. Pero no podía preguntar, no habría réplicas. Estaba sola, en ese mundo que no quería distinguir sensaciones tan fuertes y maravillosas como las que ella distinguía. Quería volver a su árbol. O bien, dejarse llevar por una brisa hasta las manos de quien, en vez de romperla, le muestre qué había después del parque del centro; ¿a dónde iban? ¿de dónde venían?. Era la primera vez en su vida que quería ojos, para poder cerrarlos y llorar. Que cada lágrima sea una respuesta y así sentir que las cosas cobraran el sentido que tenían cuando todavía no había caído.

No hay comentarios: