La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

13.12.10

No hay vuelta atrás.

Una brisa de infancia realizó el cambio de células por el que Lidia lloraba cada día. Fue un segundo, inesperado. Cerró los ojos al prender el cigarrillo, el primer humo siempre lograba escabullirse; no fue necesario que los abriera, el viento ya estaba despeinando sus rulos nunca realmente peinados. Un instante donde recordó sus lágrimas y lo mucho que valieron cada una de ellas. No fue en vano, no fue exageradamente actuado, necesitaba ese aire tanto como la sangre que hacía bombear su corazón, aunque había pasado tiempo desde la última vez que lo sintió latir. Deseó ese momento tanto como si fuera la mano que levantaría nuevamente su alma y la alejaría de toda la tierra que le impedía ver con claridad; y allí se encontraba, parada en un Lugar Cualquiera, dejando pasar los minutos del día para volver a dormir y su brisa la despertó del sueño eterno en el que se estaba acostumbrando a vivir.
Pero fue sólo un soplo en la nuca, luego el polvo volvió y la ceguera la abrazó. Sintió cómo su cuerpo nuevamente quería ceder ante sus pensamientos, y lo dejó. Se acostó exactamente allí, sin importarle las pisadas que lastimaban aún más su piel. No dolían, lastimaban el exterior; su mente volvió a cubrirse de penumbra, desesperaciones y gritos de libertad que jamás serían escuchados.
Había llorado durante meses por Céfiro, sería su mano la que la pondría de pie. Pero simplemente llegó para acariciarle la cara y seguir camino,
como si ya no importara
diciendo adiós
y haciéndole entender
que ya no había vuelta atrás,

su cuerpo no querría levantarse nunca.

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