El problema es que cada vez se hace más real y lo sentís más en la piel, como si tuvieras la carne desgarrada al sol y los nervios quemándose, magullándose, friéndose. Pero es un círculo vicioso, ya ves, porque a cada segundo que pasas pensando en el dolor y la manera de librarte de él, los látigos laceran un pedazo más del cuerpo, y continuas pensando y pensando y pensando y pensando, y la sangre brotando y brotando y brotando.
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