La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

23.2.11

Retazos de palabras viejas.

Escondió una lágrima y siguió comiendo su insípida comida, que irónicamente tenía más condimentos de los que ella jamás podría nombrar. Su ademán fue tan evidente que no hubo dudas por parte de la gente con la que compartía la mesa acerca de su patético quiebre emocional. Miró de reojo nuevamente y encontró la mirada comprensiva que no pensó volver a ver, pero por alguna razón no tenía interés de acompañar. Volvió la vista a su plato y mientras jugaba con el tenedor y la comida que había en él, dejó fluir sus recuerdos. Una sonrisa de medio pelo apareció en la cara de Lidia, e instantáneamente empezó a asentir; la realidad era diáfana y simple, la hoja de un árbol, la espuma del café, el rocío de la mañana.
Un sentimiento de seguridad se apoderó de ella; lo extrañaba. Hacía mucho que no era feliz, o la sensación no llegaba a embriagarla. Y al momento de admitirlo, por alguna razón (que involucraba el orgullo y la sonrisa ajena) su alma que hacía casi un año había dado por perdida, comenzó a destilar alegría.
Levantó la vista una vez más, la mirada comprensiva seguía allí; parecía como si la oleada de memorias y colores que la golpearon, la hubieran invadido durante sólo un instante y el tiempo no hubiera realmente pasado. Comprendió que él también necesitaba sonreír tanto como Lidia lo hacía. Que estando a su lado le estaba dando una razón para hacerlo; que esos tres años construyeron más de lo que destruyeron. Que el castillo de cartas podía volver a caerse, el viento no le haría mal a nadie.

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