La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

27.1.11

Igual que un barco en alta mar

Como la mayor parte de sus noches, Lidia se encontraba leyendo un libro a la luz de su velador. Acostada en su cama, con un cigarrillo en la mano que sin darse cuenta se consumía sin ser aspirado y un cenizero en la mesa ratona, la lámpara yacía vieja y cansada. Pasó una página más hacia el final cuando la luz que iluminaba las letras se apagó.
Siendo verano, ésto sucedía constantemente, por lo que no se inmutó; se levantó con el cigarrillo a medio usar en la mano y recorrió los recovecos de su casa en penumbras hasta llegar al jardín. Se sentó en una reposera y aprovechó el suceso para mirar tranquilamente las estrellas limpias que había dejado el corte general del barrio.
'Corte de luz', pensó. 'Qué concepto amplio y relativo...'
Doscientos sesenta y dos días habían pasado desde la última vez que su mente, sus pensamientos, sus sueños o sus realidades estuvieron iluminados.
El primer día, como cualquier persona que no haya pagado la cuenta o que haya sufrido una tormenta importante entenderá, fue el más oscuro que Lidia había vivido en su corta vida. Debía actuar con cautela, supo entender que la noche era tramposa; descubrió también que se volvía más tenue al cerrar los ojos. 'La sutil diferencia del vacío', le recordaba su mente.
La continua queja por necesidad de despedir el eclipsado escenario se degradó hasta convertirse en costumbre por el mismo. El punto máximo fue cuando no podía definir si estaba mirando el techo o soñando que tomaba champaña.
Entre los puntos brillantes se cruzó una estrella fugaz. Pidió un deseo. 'Que vuelva la luz', esperó que los astros pudieran comprender a qué se refería realmente.

Se prendió otro pucho, le dió una pitada; lentamente al sacar el humo, cerró los ojos y se sentó a esperar el momento que pudiera volver a leer su libro.

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