La realidad no se responsabiliza por la pérdida de tus ilusiones.

19.4.11

Línea D

Parada en un viejo anden, siempre con sabor a tabaco, olor a perfume importado y un inútil acento inglés. Besaba al Olvido, impaciente por verlo irse sobre las riendas del tren, tan gastadas y desalineadas como su memoria.
Sus ojos lloraban cansancio y licor, resacas de una noche que jamás existió. Se despedía de la sombra Soledad, dejándola más acompañada que nunca. Le regaló una sonrisa de media luna insistente; quién sabe qué naufragaba por su mente.
Subió por las escaleras y tragó de un tirón el primer rayo de luz con dificultad. Automáticamente sus ojos intentaron dar vuelta sobre su propia órbita para evitar el dolor que implicaba salir de su cueva invernal. Era lunes y la gente corría atareada, apurada por envejecer, resignados a no sentir y preferir un cortado tradicional a una lágrima lastimosa en el café de la esquina.
Algún rock empolvado sonaba en el bar. Una vieja prendía la máquina de burbujas que daba a la calle, un negro cantaba un blues desafinado. Un bebé lloraba, alguien corría un colectivo, muchos fumaban, pocos miraban.
Quería gritar, saltar, romper. Nadie veía, nadie oía. Nadie tocaba ni jugaba. Todo el tiempo que estuvo dormida olvidó que la ciudad necesita roncar. Y ella, ahora despierta, necesitaba volar como una golondrina en un paseo manchado de rojo escarlata y violeta primaveral.

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