Devolveme las lágrimas, condición necesaria para mi libertad. Y la obligatoriedad de la sonrisa subrayada, tan sobrevalorada e idealizada. Todos somos un castillo de cartas, corazón; nadie se salva de la brisa, de las aguas, ni de Dios.
Y ahora te miro a vos, me miro a mi, sé que nunca estuvimos destinados. Y eso está más que bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario